Por Jeannette Checo/periodista
En la llamada Casa Alofoke, el desorden, los conflictos y el morbo se presentan como entretenimiento. Mientras tanto, una parte del público, hipnotizada por la banalidad, dedica horas a consumir contenido que no aporta ningún beneficio real. Lo que se vende como diversión, en realidad, es una puesta en escena del vacío.
Los participantes, en su mayoría figuras sin formación profesional, alcanzan fama efímera y ganancias inmediatas. Sin embargo, el verdadero motor de este circo mediático no son ellos, sino el público que lo alimenta con su atención, su tiempo y sus clics. Son los espectadores quienes sostienen la maquinaria, aunque al final solo los protagonistas se enriquecen, mientras la audiencia permanece vacía y anestesiada.
Muchos dirán que “es solo entretenimiento”, pero lo preocupante es la normalización de valores distorsionados. La hipocresía, el exhibicionismo y lo que podría llamarse prostitución mediática parecen pesar más que la educación, la cultura o una vida sana. Lo que se premia no es el talento ni el pensamiento crítico, sino el escándalo y la superficialidad.
Durante su primera temporada, La Casa de Alofoke mantuvo una transmisión ininterrumpida de más de 748 horas, generando más de 328 millones de vistas en YouTube y alcanzando picos de 1.2 millones de dispositivos conectados simultáneamente. En su segunda temporada, el estreno superó los 2 millones de espectadores en su primera hora.
Estas cifras no solo reflejan éxito digital, sino una preocupante radiografía del consumo mediático dominicano: millones de personas dedicando tiempo, atención y energía emocional a un formato donde el conflicto, el exhibicionismo y la provocación sexual son la principal moneda de cambio.
La pregunta inevitable es: ¿qué tipo de formación cultural puede germinar en una sociedad que invierte tantas horas en el vacío? Aunque este contenido genera ingresos para sus productores y notoriedad para sus protagonistas, deja un saldo social empobrecido: una juventud que asocia fama con conflicto, sensualidad con poder y vulgaridad con autenticidad.
Este fenómeno también revela una crisis de referentes. Muchos jóvenes, especialmente del género masculino, consumen este tipo de contenido como modelo de éxito o de “masculinidad moderna”: ruidosa, agresiva y sexualizada. En un entorno donde los adolescentes crecen observando escenas de provocación, pleitos y expresiones de incitación al porno bajo el sello de “entretenimiento”, se erosiona lentamente la percepción de respeto, de límites y de responsabilidad social.
La consecuencia no es menor: se construye una generación desensibilizada, que confunde exposición con valor, dinero con mérito y fama con respeto. En lugar de fomentar el pensamiento, se promueve la imitación; en vez de cultivar cultura, se alimenta el espectáculo del vacío.
La Casa Alofoke no es solo un fenómeno televisivo o digital, sino un espejo que refleja el hambre de reconocimiento de una sociedad que busca escapar de la realidad a través del ruido. Cuando el contenido vulgar se convierte en tendencia y la educación se percibe como aburrida, el país corre el riesgo de criar generaciones sin norte, sin criterio y sin sensibilidad ante lo que realmente importa.
El entretenimiento puede ser sano, educativo e incluso divertido. Pero cuando se convierte en un vehículo para la degradación, el morbo y la violencia simbólica, deja de ser entretenimiento para transformarse en un problema cultural.
Quizás ha llegado el momento de que los dominicanos nos preguntemos con honestidad: ¿Qué estamos consumiendo, y qué estamos dejando de construir mientras seguimos conectados al vacío?
Espectadores sostienen la maquinaria del espectáculohttps://elintermediario.com.do/